Reconoció
la cafetera enseguida. Levanto la mirada buscándola y una sonrisa
exploto en la cara de ella, que bonita y radiante estaba la jodida.
El aroma a café impregnaba el salón del refugio de montaña, con
ese olor familiar que nos acerca a la infancia, a las abuelas,
a los amigos, a la soledad, y, como no, al amor.
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