Lobo era, simplemente, un miserable cero a la izquierda de su propia, arrastrada y, asquerosa vida. Un mierda.
Lo siento mucho, — le dijo lobo a Lagartija — mientras se escondía avergonzado por su miserable comportamiento en las profundidades de la noche. Ojalá me pudra pronto, — pensaba lobo— y de esta manera dejar de molestar , importunar y hacer daño.
Intuirse se intuían. Inexplicablemente estaban conectados. Se sabían. En todos los momentos del día. Y, de la noche, también.
Lobo no merecía nada y los sabía. Agradecía la caridad que tenía para con él una gran mujer de gran corazón. Él tenía que desaparecer, sin levantar polvo, discretamente, para que siguiera la vida de las personas que si la merecían vivirla.
Son los hijos los que deben de enterrar a los padres. Hoy Antonio enterró a su hija Paula. Hace veinticinco años lo hizo con su hijo César. Solo quedan los nietos y garantizar un futuro para ellos. La vida se manifiesta a veces muy cruel.