El tiempo va pasando, se nos va escapando de las manos y, mayormente, no somos conscientes de ello. Cada vez que salimos a caminar me doy cuenta de qué los problemas no son tales. Al verlos con una perspectiva distinta y alejada los puedo manejar como un especialista en reptiles maneja las serpientes venenosas. Y no es que desaparezcan, no es eso, sino que se diluyen con las soluciones que encuentras. Debo mucha parte de mi fuerza y de mi resistencia a los monólogos interiores y a los pensamientos que me acompañan en las largas caminatas. Se fortalece el cuerpo y el espíritu. El tiempo, que iba a toda pastilla, se ralentiza y toma su velocidad normal, incluso se alargan los segundos disfrutando de ellos de una manera que sólo se puede hacer en la montaña. Y no nos olvidemos que la vida se pierde en un segundo.
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