Hemos regresado de Marruecos, de patear por el Atlas central, de mojarnos un poco la cabeza y bastante los pies. Han sido ocho días intensos, que se han esfumado sin darnos cuenta, con fluidez aventurera, con rodamientos de amistad y buenos momentos. Días en los que el paisaje y la naturaleza marroquí nos regalaron sensaciones únicas. Días donde la camaradería y el compañerismo florecieron espontáneamente, días en los que nos alimentamos de sonrisas y de miradas limpias. Días de un viaje interior que concluyeron en una comunión de sensaciones colectivas. Días donde la sonrisa de los niños bereberes nos hizo recordar que la vida está ahí, en los sitios más recónditos, a la espera de ser vivida.
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