Cada vez que iba a verla la encontraba
desagallada, trabajando en un pequeño huerto que estaba a la sombra de un gran
limonero. En las manos, una podona, una azada o una palita. No le
faltaba su pañuelo en la cabeza, ese que le quedaba tan bien y me encantaba vérselo puesto. Al verme,soltaba las
herramientas sobre la tierra y de un salto franqueaba el muro de
piedra que separaba el huerto de la casa. Me sonreía, de esa manera tan
especial y me decia: anda, pasa.
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