Todavía me resuena el pitido en el oído cuando
recuerdo aquella ostia que me dio Don Fernando, el cura salesiano que
nos daba religión en primero de bachillerato. A la pregunta de que por qué no le podía pegar
a un perro o pescar una ballena yo le conteste con mi logica infantil de un niño de once años: que el perro me
mordería y que a la ballena yo solo no podría pescarla. Lo que
tenia que contestar era que eran animales de Dios y por lo tanto no
se les podía hacer daño. Él se lo tomó como una tomadura de pelo. En ese momento no entendí lo de la
bofetada en toda la oreja. Cómo han cambiado algunas cosas. Pero no todas. Me siguen dando bofetadas y ahora, ya entiendo el porqué.
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