Estaba tranquilo. Sabía que todo llegaría. Sin duda. Y ,sin forzar nada, con naturalidad. Ya quedaba poco para que se abrazaran, con esos achuchones, que se darían todos los días. Y, es que así lo quería el cielo y, además, lo habían escrito las estrellas, las suyas, las que los protegían y las que se encargaron de que se cruzaran sus caminos para siempre, un once de abril.
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