Le gustaba verla cuando cocinaba.
Todo lo que pensaba lobo eran suposiciones y fantasías. Era obvio que hacía tiempo que nadie escuchaba sus aullidos. Así y todo, quería caminar al lado del alisio y volar con él. Sería su consuelo de fin de vida.
Lobo no quería molestarla más. Seguía metiendo la pata a cada momento. No controlaba las ganas que tenía de saber de ella y esto le llevaba a molestarla. Sentía mucho todo esto. Ella había cortado casi todas las vías de comunicación con él y él no respetaba eso. Lo hacia solo para saber de ella. Pero estaba claro que ella no quería que lobo la molestara. A veces, lobo se olvidaba de que las cosas las tenía que hacer si se las pedía ella. Eso quedó muy claro. Quien era él para poner en duda las decisiones que tomaba lagartija. Él no era nadie. Pero se olvidaba de esto y volvía a meter la pata. Menos mal que lobo se moriría pronto o eso esperaba él.
Habían subido muchas veces por la empinada calle que terminaba en su trabajo, Se despedían dándose un achuchón y ella se iba a sus cosas.
Iban en el mismo tren. Solo tenían que elegir la estación y apearse en ella. El resto del camino lo harían a pie. Caminando de la mano hasta el fin de sus días.
Eran un buen equipo. No les hacía falta decirse nada . Con una simple miradas o con un gesto sabían lo que tenían que hacer.
De las prórrogas de la vida que te regalan las estrellas y de los regalos del cielo.
Y de las lagartijas.
De que lobo, a veces, no podía contestar, con palabras, a lo que lagartija le decía. Esto preocupaba a lobo y siempre le respondía en cuanto lo podía hacer.