A Tua y a su Lagartija.
Recuerdo cuando se murió mi perrito sato Yanki. Me lo había regalado mi madre. Ella no lo podía tener en el piso de alquiler donde vivía en ese momento. Una noche lo oigo llorar tras la puerta de la calle, cuando eso yo también vivía en una casa terrera de La esperanza, con un gran patio delantero y nada mas abrir la puerta salto a mi brazos. Y allí mismo murió. Lo habían envenenado. Vi como se le iba apagando la vida en sus ojos. Eso me ha acompañado toda la vida. Lo enterré en el jardín huerta que tenía la casa envuelto en una bonita manta de colores muy vivos que me habían regalado en una comunidad indígena que habíamos visitado en Sudamérica . Pobrecito. Y lo último que hizo fue despedirse de mí. Lloré amargamente esa noche y muchas más. Estará en el cielo de los perros, que espero esté cerca del cielo de los humanos. Así podremos corretear infinitamente hasta el fin de los tiempos.
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