Lagartija cuidaba de su pequeño huerto con mimo y contundencia. Y lobo gustaba de verla y fotografiarla en esas labores. Ella lo sabía y lo dejaba hacer. De vez en cuando, se le acercaba sonriendo, y le daba un beso. A lobo se le movían todas sus mariposas y alguna vez, a pesar de los miles de besos que se habían dado, le temblaban las piernas y las entrañas. Cada beso era único, cálido, húmedo y mágico.
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