Mientras caminaban por los caminos de
Anaga, ella gustaba de agarrarse a su brazo mientras no dejaba de
hablar. De vez en cuando se callaba, se giraba hacia él, apoyaba sus
manos en sus mejillas mientras él la agarraba por la cintura, se
miraban, sonreían, y poco a poco se iban acercando y mientras cerraban los ojos y
se besaban, con un beso corto, pero intenso. Acabado el beso,
volvían a su posición de caminar y reiniciaban el paseo.
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