Al fin, pudo visitar la fuente. Solo. Enseguida la reconoció por las fotos que le había dejado ella. Le faltaban lozas de piedra, el agua estaba estancada, muerta. Se sentó allí, removiendo sus recuerdos, hasta que anocheció. Al amparo de la noche y con el corazón inundado de melancolía abandonó el lugar. Habían pasado veinte años. Alguien le esperaba en el coche.
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